“La Chispa de la Vida” llegaba a nuestras pantallas el
pasado fin de semana. Tras un año en el que lo más visto en cuanto a cine
español se refiere ha sido Torrente 4, el gran amigo de Santiago Segura vuelve
a traernos una película llena de crítica social y humor negro.
Como ya sucedía en “Balada Triste de Trompeta”, Alex de la
Iglesia nos vuelve a transportar a un mundo, que no deja ser el nuestro, donde
saca el lado más oscuro del ser humano, en este caso ligado a la ambición y el
pensamiento de que el hombre es una máquina de hacer dinero. De la Iglesia nos
conduce entorno a la historia de un José Mota que lleva dos años en paro,
casado con Salma Hayek y padre de dos hijos, se considera un hombre acabado. En
un intento de conseguir un trabajo en la empresa de publicidad donde antes había
saboreado el éxito con la creación del eslogan de CocaCola: “la chispa de la
vida”, su vida da un enorme giro. En su antiguo puesto de trabajo le ningunean,
no encuentra el apoyo del presidente, anteriormente su amigo y lleno de rabia
decide ir a Málaga, a reservar una habitación en el mismo hotel donde pasó su
luna de miel. El problema radica en que el hotel ha sido demolido y han
descubierto debajo un viejo teatro romano que va a ser inaugurado y en cuyas
obras tiene un accidente que marcará la película.
A partir de aquí la película gira en torno a cómo el
protagonista puede sacar beneficio de la situación vendiendo su imagen a las
televisiones.
De la Iglesia nos sorprende con un José Mota que opta al Goya de actor revelación
La historia se desarrolla con gran fuerza en su inicio, con
una crítica en la que se nos muestra una sociedad que solo se mueve con el
morbo y de una industria televisiva que trata de sacar tajada en forma de
dinero. Los inconvenientes vienen con el desarrollo, en el que la historia va
perdiendo fuerza hasta meterse en un bucle que parece no tener fin. Sin
embargo, los chistes de humor negro siguen estando ahí, tan brillantes como
siempre lo han sido en la carrera de este director, con acciones pasadas de
rosca que nos harán sacar una sonrisa a pesar del sufrimiento de los
personajes.
José Mota y Salma Hayek forman una pareja que nadie esperaba
La puesta en escena es de libro, llevando a la pantalla una
total credibilidad de lo que podría estar pasando en ese teatro romano
malagueño, contando la historia en la noche, el momento del día preferido por
De la Iglesia, dando un aire sombrío y lúgubre a las artimañas que los
personajes llevan a cabo en la hora y media de largometraje.
Cabe destacar el buen apoyo de todos los personajes
secundarios, en especial el de Fernando Tejero, quien se va sacudiendo de su
papel de portero.
A pesar de que la historia va perdiendo fuelle conforme
avanza la película, yo se la recomendaría a todo el mundo, sobre todo a los
estudiantes de periodismo, como yo mismo, a los que debería hacerles
reflexionar sobre el mundo del espectáculo.
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